La solidaridad: una visión social e histórica

Alejandro Sánchez Ródenas, global education magazineAlejandro Sánchez Ródenas

Graduado en Historia en la Universidad de Alicante. Mestrando en Máster para Profesor de Educación Secundaria Obligatoria y Bachillerato, Formación Profesional y Enseñanzas de Idiomas en la Universidad de Salamanca.

Email: alex_piru13@hotmail.com

.

Adrián Matea Zoroa, global education magazineAdrián Matea Zoroa

Graduado en Trabajo Social en la Universidad de Alicante. Mestrando en Máster de Servicios Públicos y Políticas Sociales en la Universidad de Salamanca.

Email: adrianmtazra@gmail.com

.

Resumen: Este artículo pretende dar una visión sobre la evolución de la solidaridad y su representación en diferentes ámbitos de la actualidad. Se abordarán los sistemas que se han basado en la caridad para luego centrarnos en la expresión de valores solidarios en la actualidad, su repercusión en las políticas sociales, profesiones sociales y sociedad civil.

Palabras clave: Solidaridad, Caridad, Movimiento Obrero, Movimientos Sociales, Estado del Bienestar, Políticas Públicas, Trabajo Social.

 

Solidarity: a Social and Historical View

Abstract: This article is about the evolution of solidarity concept and its representation in different scopes of today. We have written about charity systems and then we try to focus on about the expression of solidarity values at the present and its impact in the social politics, social jobs and civil society.

Keywords: Solidarity, Charity, Working Movement, Social Movements, Welfare State, Public Politics, Social Work.

.

Introducción

Dice el ilustre Eduardo Galeano una frase comúnmente conocida: “la caridad es humillante porque se ejerce verticalmente y desde arriba; la solidaridad es horizontal e implica el respeto mutuo”. Quizás al haber citado esta acertada frase, al menos a nuestro parecer, podríamos resumir todo el artículo que pretendemos desarrollar, sin embargo, nos vemos en la tesitura de desentrañar todas las ideas implícitas que de ella podemos obtener.

El mundo de la caridad

En los actuales Estados de Derecho en los que vivimos es una obligación, una responsabilidad y una característica natural de las personas ser solidarios, pero además el estado debe promover todo tipo de decisiones vinculadas al término solidaridad. Sin embargo, no siempre fue así y pese a que las personas de los diferentes grupos eran solidarias (pues es un factor inherente al ser humano que vive en sociedad), el Estado u otros poderes no tenían la obligación de cumplir con la solidaridad. Es por ello que la caridad se convertía en el único amparo de aquellas personas que se encontraban en una situación de exclusión social.

Pero como antes se ha aclarado, pese a que el término solidaridad no estaba institucionalizado, siempre han existido modelos de cooperación y de apoyo mutuo en los diferentes grupos desde la Antigüedad, aunque bien es cierto que cuando menor es el grupo hay más confianza entre sus integrantes, lazos sociales más cercanos y por tanto mayores prácticas solidarias. De ahí que cuando los grupos crecen y elevan su número, las actividades solidarias se diluyen más (Gómez, 2005, p. 146) y lo más común es tender a la protección de tu entorno más cercano (familia y amigos). Es la dinámica que también podemos encontrar en cualquier momento de la historia y que siempre provocará que un buen número de personas dependan de la beneficencia caritativa y de instituciones eclesiásticas.

Por ejemplo, durante la Edad Media, los marginados existían para favorecer la desigualdad social, ya que así las grandes fortunas siempre podían obtener los servicios de estos a coste solo de cubrir las necesidades de alimentación de la persona, por lo tanto no suponía un gasto grande mantener a alguien que te sirviera y que produjera un beneficio que solo el noble acapararía (Rodríguez, 2010, pp. 335-337). Esto es fruto de un sistema basado en la caridad y su verticalidad, pues la caridad contribuye a la cronicidad de causas que han provocado que las personas se encuentren en situación de pobreza y exclusión social.

Son numerosas las prácticas de caridad que han ayudado a numerosas personas desamparadas a lo largo de la historia. La institución eclesiástica, en nuestro entorno más cercano, quizás ha sido la que más prácticas de beneficencia ha llevado a cabo y sigue llevando en la actualidad mediante las operaciones de acogida, algunas ayudas más o menos importantes a ONG o mediante actividades de misioneros. Sin embargo, también encontramos ejemplos de caridad fuera del ámbito eclesiástico y claro ejemplo eran los hospitales para pobres, con el fin de acoger a aquellas personas que no tenían los suficientes recursos como para ver solventadas sus necesidades socio-sanitarias. Incluso podemos decir que son creados para poder apartar de las calles a aquellas personas que podían contagiar al resto de la población o que daban una imagen negativa según las mentalidades del momento. Tienen su inicio durante la Edad Media, pero se extienden y generalizan a lo largo de la historia encontrando un buen número de ellos en el siglo XIX, obteniendo un gran impulso a lo largo de los sistemas del Antiguo Régimen. En el caso de España encontramos varios de estos hospitales en zonas rurales como el de Domingo Pérez y el de Erustes, sin embargo su cobertura era tan limitada como sus recursos, aunque bien es cierto que llevan a cabo sus funciones desde el siglo XVI hasta el siglo XIX (Martín, 2004, pp. 322-325).

Dicho todo esto, hay que resaltar que un mundo centrado en la caridad, es un mundo que depende de la voluntad de la gente, por lo tanto todo aquel que necesita resolver alguna de sus necesidades básicas se introduce en una dinámica en la cual puede recibir o no ayuda, todo es mero azar, ya que nadie tiene la obligación de asumir un valor fundamental de solidaridad. De ahí que los movimientos revolucionarios impulsados principalmente en el siglo XIX dieran una importancia fundamental al término solidaridad y a la necesidad de la cooperación y ayuda entre las personas, no por pena o lástima, sino por un sentimiento de poder conseguir un bienestar social general mediante esta máxima y evitar la vulnerabilidad de cualquier persona que esté cerca de la exclusión social o dentro de la misma, ya que la caridad es una postura ética con ayudas puntuales y asistenciales, que no cuestiona los sistemas que generan desigualdades.

El mundo de la solidaridad

Para algunos, el término solidaridad tiene su inicio durante el siglo XVII en Francia, pero su gran extensión por toda Europa se produce en el siglo XIX con los movimientos obreros que luchaban contra el modelo de producción capitalista (Páez, 2013, p. 43). Aún así, como antes hemos comentado, las prácticas solidarias de los diferentes grupos se daban desde la Antigüedad, ya que no podemos entender la vida en sociedad sin la cooperación y la ayuda mutua, pues caeríamos en el error de deshumanizar a las sociedades del pasado.

Pero volviendo a la aparición y generalización del término, hay que apuntar que durante la Revolución Francesa, la cual tenía como ideales máximos la creación de un estado de derechos y democracia para todos, solo podía conseguir sus metas mediante solidaridad entre los trabajadores (Abendroch, 1965, p. 15). Estas ideas calaron mucho y rápidamente el término solidaridad se internacionalizó, encontrando numerosas respuestas en países como Inglaterra donde los trabajadores, hartos de ser sustituidos por las máquinas emanadas de la tradición de la Revolución Industrial, creaban agrupaciones con el único fin de una cooperación colectiva y solidaria.

Fue Durkheim quien afirmó que los diferentes grupos sociales requerían de solidaridad social y que esta se desarrolla en las diferentes actividades, ya que está dentro de la conciencia colectiva (Garland, 1990, pp. 39-40). Se podría decir que este es el primer sociólogo que busca dar una respuesta a las dinámicas solidarias dentro de los grupos.

Pero dicho todo esto surge la siguiente pregunta, ¿se contemplaba la idea de solidaridad antes de la Revolución Francesa? La respuesta bien la podemos obtener de Fernández Segado, quien nombrando a Pérez-Barba, dice que éste defiende la idea de que la solidaridad desde los antiguos hasta el siglo XVIII, se contempla como una virtud, visto desde un punto de vista más religioso, sin embargo, el término dará un giro a su definición a partir de ese momento, para convertirse en un valor fundamental para luchar contra un sistema capitalista nada solidario que solo piensa en el enriquecimiento individual y en la persona como un elemento más de la producción, deshumanizándola y alienando su trabajo (Fernández, 2012, p.142-143). Es un valor común por el que luchar por derechos como la educación, la sanidad, la igualdad, la libertad, etc. muy vinculado además con las corrientes de pensamiento ilustrado que revalorizaron al ser humano, dándole el protagonismo necesario para que tomara las riendas de su destino sin dejarse menospreciar.

Solo solidariamente se podía forjar un mundo nuevo y así lo entendían los movimientos revolucionarios del XIX, cuando el término es conocido por todos y se eleva a las cotas más altas. Quizás el exponente más claro de solidaridad fue la Internacional, la cual ayudó y apoyó a que los obreros pudieran sacar de sí mismos lo mejor de sus conciencias políticas y sociales (Abendroth, 1965, p. 43), además de que tuvo la intención de unirlos a todos a nivel global y que lucharan por sus derechos bajo unos valores comunes.

Fueron numerosos los autores que trataron el tema de la solidaridad desde el punto de vista social, del derecho, filosófico, etc. tratando también los movimientos colectivos que marcaban el camino del lema “la unión hace la fuerza”. De este modo entramos en el siglo XX donde la II Internacional, que había empezado su andadura en 1889, aún ahondó más en la necesidad de valores comunes entre todos los obreros por los que poder luchar. Así siguieron creándose sindicatos, partidos obreros, asociaciones y organizaciones por toda Europa (Abendroth, 1965, p. 67-71). Pero como bien indica Bertrand Russell, quien termina su obra “Los caminos de libertad” en 1918, comienza a existir una mayor profesionalización del trabajo y es muy difícil que el obrero experto se una en una misma lucha al obrero inexperto, ya que el primero de ellos es un aristócrata prácticamente del mundo laboral y por tanto se convierte en un pequeño capitalista (Russell, 1918, p. 35).

Pero desvinculándonos ahora de los movimientos obreros que tanto protagonismo tuvieron, existe en el siglo XX un gran movimiento solidario posterior a la Segunda Guerra Mundial, donde el Estado del Bienestar es la idea a la que todos los países europeos occidentales que han quedado excesivamente dañados aspiran, con el único fin de la ayuda mutua que combata las heridas de la guerra (Alemán y García, 1998, p. 18). De este modo países como Alemania, Inglaterra, Francia, etc. comienzan a mentalizarse de que son totalmente necesarias unas buenas políticas en sanidad, educación, empleo, así como implantar el resto derechos sociales.

Solidaridad en la historia más cercana

En los años más cercanos a la actualidad, las ideas de solidaridad deben ser amparadas por completo por el estado en los países de talante democrático, ya que es un derecho social de la ciudadanía que se promuevan políticas sociales que cubran las necesidades de los individuos en su vida en sociedad. Sin embargo, podemos decir que sucede un problema de sistema muy parecido al que se encontraron aquellos obreros que iniciaron allá por el siglo XVIII y XIX, al menos en el contexto más cercano en el que nos desenvolvemos, ya que la mano de obra está muy devaluada y el sistema capitalista sigue enriqueciendo a unos pocos, pese a que sí que parece que en temas de bienestar se ha mejorado, gracias sobre todo a los avances en ciencia y tecnología. Además, un mercado despiadado a nivel global está haciendo aún más grandes las desigualdades sociales mundiales. Aún así, siguen surgiendo movimientos sociales, aún muy diseminados y separados, que intentan combatir los problemas de justicia social más cercanos a sus entornos, luchando por las responsabilidades solidarias que deben tener los Estados y sus gobiernos con toda la población, dejando de lado la visión de un Estado paternalista que pueda provocar la reducción de la autonomía del individuo (Vidal, 1993, p.90).

Y es en estos días de profundas y aceleradas transformaciones sociales, culturales, económicas y tecnológicas cuando el Estado y el Mercado están siendo incapaces de afrontar las nuevas problemáticas surgidas: paro de larga duración, problemas ecológicos, aumento cuantitativo y cualitativo de la exclusión social, segregación espacial… donde una minoría de españoles controlan la mayor parte de la riqueza nacional (visible en el aumento de las ventas de los bienes de lujo), mientras las clases populares han pasado de tener capacidad para consumir “bienes de ocio” a no poder ni cubrir sus necesidades básicas como alimentación, vivienda… viéndose obligados a acudir a organizaciones caritativas que sirven además para limpiar la mala conciencia de la clase dirigente. Ante esto, el Estado ha llevado a cabo diferentes políticas (supervisadas por FMI, CE, BCE) tendentes a disminuir el peso del Estado del Bienestar, volviendo a provocar un deterioro de los derechos sociales de la ciudadanía y reduciendo la inversión social justo en el momento que más se necesita, produciendo más pobreza que desarrollo, dirigiendo la crisis como si fuera de inflexión (de exceso de demandas) cuando estamos ante una crisis de falta de inversión (Della, 2013, pp. 24-30) algo que también están aprovechando grupos y partidos de extrema derecha que financian la satisfacción de necesidades básicas de alimentación y alojamiento para captar súbditos, siguiendo el legado de la caridad comentado anteriormente (Alaminos, 2014, p.50). Estamos retrocediendo en los conceptos de Estado de Bienestar, en derechos ciudadanos y en el concepto en sí mismo de democracia encontrándonos en una crisis no solo del neoliberalismo capitalista, sino de legitimidad del Estado (Della, 2013, pp.26-30), con un empobrecimiento masivo dentro de un contexto económico desarrollado, que se ha convertido en una novedad histórica (Alaminos, 2014, p.51) con una rotunda criminalización de la pobreza y como un problema a afrontar en nuestro país.

La protección social como elemento básico de las democracias permite establecer solidaridad a través de las políticas públicas que conllevan justicia social, que permite redistribuir los bienes y luchar contra la exclusión social. Esta acción pública basada en la solidaridad es parte de la identidad cultural colectiva, reconociendo a las personas con su propia identidad e individualidad, generando una visión común del nosotros (Ostau, 2009, p.30). Ante la renuncia del Estado de garantizar este mínimo de bienestar social, la sociedad civil vuelve a reaccionar a través de la solidaridad popular para cubrir los ámbitos sociales de la desigualdad, en un contexto en el que mientras la reacción neoliberal trata de salvar a las economías, la reacción ciudadana trata de salvar a las personas dando una respuesta colectiva a necesidades sociales compartidas por la población, dejando de lado la visión individual de las problemáticas para darles un matiz social en el que diversas personas se unen para combatir los mismos problemas, volviendo a convertir la democracia como veía Richmond (1962) en un hábito cotidiano. Esto se puede visibilizar en los movimientos sociales contemporáneos como por ejemplo los basados en la temática de vivienda a través de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), un movimiento horizontal, no violento, asambleario y apartidista, que ante las situaciones de inexistente intervención estatal y asistencialismo promovido en los Servicios Sociales en materia de vivienda (ayuda de alimentos, listas de acceso a vivienda pública con retrasos de 5 años…) se encargan de acompañar en los procesos de cambio a las personas, poniendo en común problemáticas (las islas están unidas por aquello que les separa) para conseguir apoyo mutuo y organizacional de los afectados, desencadenando en movilizaciones populares para exigir que se cumplan sus derechos como ciudadanos y mejorar la situación general de la población buscando una verdadera equidad, ya que son conscientes de que todas las personas son iguales pero no todas parten en condiciones de igualdad.

Resulta curioso como nuestro sistema socioeconómico excluye a los “más débiles”, quienes son capaces de autoorganizarse a través de los movimientos sociales basados en la solidaridad e igualdad, para enfrentarse a aquellos que se ven como los “más fuertes”: bancos que impulsan desahucios, jueces que los ordenan y policía que ejecuta a través de la violencia. Sin embargo, los “débiles” por medio de la movilización, lucha y trabajo colectivo son tan fuertes que son capaces de parar un desahucio, demostrando a ese 1% oligarca la relatividad del concepto débil-fuerte.

Solamente la movilización y la organización de la sociedad civil está siendo capaz de afrontar los fallos del sistema, poniendo de manifiesto la existencia de una base potencial para la creación de una forma de responder a los retos sociales a los que se enfrenta la Humanidad en este periodo histórico, intentando construir un puente que conecte las instituciones con la sociedad (Salinas, 2003, p.80). Así se fomentará esa responsabilidad social de la ciudadanía para avanzar en la inteligencia compartida con el fin de establecer una igualdad de posiciones, con la exigencia de restaurar la redistribución progresiva de la renta como único medio de recuperar la cohesión social, la confianza recíproca, la cooperación solidaria y la participación popular en defensa del interés general (de la Red, 2014, p.41).

Solidaridad popular en forma de movimientos sociales

Los movimientos sociales promueven la visión de lo común, en la cual los ciudadanos participan en el desarrollo de la protección social, clamando por la intervención del Estado y pidiendo políticas participativas del tejido social como sujetos activos, en las cuales el bienestar sea dominio de los ciudadanos (Della, 2013, p.33) haciendo compatible el mecanismo del mercado con las exigencias de la justicia, ya que sin justicia no hay libertad real.

Los movimientos sociales han supuesto una organización popular de la solidaridad que conduce al robustecimiento de la Sociedad Civil, actuando como contrapoderes al poder político y económico hegemónico, conllevando a un fortalecimiento y extensión de los lazos existentes dentro de la comunidad. Se actúa así bajo un modelo comunitario que surge y se desarrolla dentro de la comunidad y cuyo vínculo de unión entre las personas que lo forman es espontáneo y natural (Aluminos, 2014, p.51).

Ésto ha supuesto una forma de participación en la sociedad, que disciplinas como el Trabajo Social (Raya, 2005, p.3) conciben como el acceso real de las personas a las decisiones que les afectan, influyendo y asumiendo responsabilidades personales a través de la concienciación sobre la problemática, la posibilidad de cambio a través de la participación ciudadana (llevando a la práctica artículos constitucionales como el 23 y 129), búsqueda común de soluciones consiguiendo relaciones de igualdad y pertenencia en la comunidad. Toda esta acción será a través de la solidaridad comunitaria, constituyéndose como una verdadera forma de democratizar la sociedad.

Además, han favorecido un empoderamiento de las personas que forman parte de ellos, impulsando la modificación de las políticas públicas en los procesos que Ander-Egg (1985, pp. 40-60) denominaba como:

  • Personalizador: los ciudadanos se han convertido en sujetos motores del proceso de cambio.

  • Concientizador: los ciudadanos han adquirido capacidades de ver todo lo que pueden conseguir como personas y miembros de la comunidad, a través de la unión, organización y movilización.

  • Socializador: los ciudadanos colaboran entre todos para fomentar la igualdad social.

Los integrantes de estos movimientos han pasado a ser actores y agentes de cambio del medio que les rodea, dejando atrás visiones de inmovilismo y conformismo que promueven la exclusión social, creando redes de apoyo y movilizaciones auto-organizadas para intervenir sobre la situación actual. Las acciones han contribuido a impulsar sentimientos de solidaridad entre los afectados, rescatando principios colectivos y de comunidad con los que las personas dejan de lado las características que los hacen diferentes para contribuir de una forma común a la solución de sus propios problemas, lo que también influye en su capacidad autónoma para tomar sus propias decisiones sobre problemáticas que afectan otras áreas de su vida. Las personas que forman estos movimientos sociales son más críticas con el mundo que les rodea, creando su propia opinión personal, desarrollando valores de solidaridad, igualdad y justicia social, incidiendo en la capacidad de poner los medios para transformar de forma positiva en la realidad, como en el caso de la Corrala de Viviendas la Utopía en Sevilla, que fue el nacimiento de una manera de auto-organizarse y tomar fuerza como grupo para recuperar, a través de la participación y movilización ciudadana, las viviendas y recursos que las entidades bancarias y el poder oligarca les había arrebatado, dejando ver como los movimientos sociales se han convertido en una fuerte alternativa de intervención basada en el empoderamiento personal, grupal y comunitario para contestar a la falta de intervención pública en situaciones de exclusión, desigualdad e injusticia.

Los ciudadanos ya no son sujetos aislados culpables de su situación, sino que el empoderamiento experimentado provoca que incorporen una mirada estructural y aprovechen los recursos existentes, de y en la comunidad, dándose máximos niveles de participación en los procesos comunitarios, que no distinguen de sexo ni lugar de nacimiento, entendiendo que los logros se han conseguido gracias a la implicación de todas las personas (Fernández, 2014). De esta manera se demuestra que los ciudadanos organizados y sin violencia son capaces de cambiar la Historia a través de la solidaridad popular, algo que entendía muy bien el histórico Marcelino Camacho que aseguró antes de fallecer que “entre los seres humanos tiene que imperar la solidaridad para superar esta explotación actualmente despiadada que marca el mundo en el que vivimos”.

Exigencias e implicaciones del Trabajo Social

Partiendo de la idea de que no hay que trabajar para las personas, sino con las personas, el Trabajo Social como disciplina está totalmente relacionado con los movimientos sociales en cuanto a que éstos luchan por los derechos sociales, creando alianzas entre usuarios y profesionales, en las que los primeros demandan que se les tenga en cuenta para dar solución al problema, y los segundos deben reclamar facilidades públicas para desarrollar adecuadamente su función, buscando el mismo fin: la dignidad de las personas (Della, 2013, pp.30-33), en tanto que los trabajadores sociales son agentes de cambio que acompañan a las personas en sus procesos personales y superación de adversidades, pues trabajan con las capacidades internas de las personas y con los recursos internos y de la comunidad, dejando a un lado las intervenciones asistenciales basadas en metodologías caritativas, poniendo a la disciplina en el lugar que siempre le ha correspondido: de los ciudadanos para los ciudadanos (García, 2014, pp.72-75).

Como explica Ander-Egg (1979, p.364) “El Trabajo Social tiene una función de concientización, movilización y organización del pueblo para que en un proceso de formación del autodesarrollo, individuos, grupos y comunidades realizando proyectos de trabajo social. Inserta críticamente y actuando en sus propias organizaciones, participen activamente en la realización de un proyecto político que signifique el tránsito de una situación de dominación y marginalidad a otra de plena participación del pueblo en la vida política, económica y social de la nación que cree las condiciones necesarias para un nuevo modo de ser hombre” en la que los trabajadores sociales deben reavivar la conciencia colectiva de que no es válida la resignación y de que hay que fijarse objetivos y luchar por ellos para como dice Castel (2009, p.10) “Intentar poner al descubierto las relaciones de poder que estructuran la vida social… y que, por lo tanto, el trabajo del pensamiento consiste en la denuncia de estas relaciones de poder y por ende de la resistencia”.

En nuestro contexto, los profesionales del Trabajo Social deben seguir las indicaciones de T. Fernández y A. López (2008 p.286) de “dar poder, dar capacidad, dar libertad tanto a cada persona, a través de la interacción social comunitaria, como a la comunidad que actúa como sujeto colectivo para abordar problemas que sólo mediante la acción colectiva pueden resolverse”. Las actuaciones de los movimientos sociales basadas en la solidaridad, la igualdad y participación directa en la solución de los problemas comunes, pueden servir de base para la creación de esas formas autogestionadas promotoras del cambio social, facilitando el desarrollo integral de las personas y sirviendo como motor del cambio histórico-social.

Ante todo lo desarrollado en este artículo, podemos proponer el concepto de Trabajo Social con los Movimientos Sociales como el desarrollo de la profesión bajo una visión comunitaria de acción-reflexión-acción que identifica las debilidades y amenazas del movimiento en sí para mejorarlas y sus fortalezas y oportunidades para utilizarlas en el empoderamiento de la población a través de la solidaridad, igualdad y unión sobre características o necesidades compartidas para que como grupo y/o equipo sean capaces de afrontar las problemáticas existentes, traspasando el aprendizaje y refuerzo colectivo a cada persona individual, para mitigar situaciones de aislamiento social y baja autoestima, convirtiéndose en verdaderos agentes de cambio.

Conclusiones

Tras este análisis y las reflexiones llevadas a cabo, concluimos que la solidaridad ha provocado una contestación coyuntural a las necesidades sin cubrir, dando cohesión interna a las sociedades. Sin embargo, ésta no puede ni debe sustituir los derechos sociales, económicos y culturales, conseguidos tras largos procesos históricos y que deben ser amparados por políticas de las Administraciones Públicas para conseguir la justicia social.

Referencias bibliográficas

Abendroth, W. (1965). Historia social del movimiento obrero europeo. Estela. Barcelona.

Alaminos Chica, A., Penalva Verdú, C. y Domenech López, Y. (2014). “Reacciones comunitarias a la crisis económica y social en España”. Azarbe, 3, pp. 47-53.

Alemán Bracho, M.C. y García Serrano, M. (1998). “Tercer sector: buscando el equilibrio entre solidaridad y eficiencia”. Alternativas: cuadernos de trabajo social, 6, pp. 17-49.

Ander-Egg, E. (1979). Diccionario del Trabajador Social. Barcelona: El Ateneo, p.364.

Ander-Egg, E. (1985) Autoconstrucción y Ayuda Mutua. Humanitas. Alicante.

Castel, R., Rendueles, G., Donzelot, J. y Álvarez-Uría, F. (2009). Pensar y resistir. La Sociología crítica después de Foucault. Madrid: Círculo de Bellas Artes.

De la Red Vega, N., Barranco Expósito, C. (2014). “Trabajo Social y participación en las políticas sociales”. Azarbe, 3, pp. 39-45.

Della Porta, D. (2013). “Neoliberalismo amoral y protestas morales, movimientos sociales en tiempos de crisis”. Servicios Sociales y Política Social, 103, pp. 21-38.

Fernández García, A., Egido Díaz, R. (2014). “El trabajo social comunitario “¡Sí se puede!”: Ejemplos prácticos de satisfacción de necesidades sociales”. Azarbe, 3, pp. 263-269.

Fernández Segado, F. (2012). “La solidaridad como principio constitucional”. Teoría y realidad constitucional, 30, pp. 139-181.

Fernández García, T., López Peláez, A. (2008): Trabajo Social comunitario: afrontando juntos los desafíos del siglo XXI. Alianza. Madrid.

García-Palma, M.B, Sánchez-Mora Molina, M.I. y Millán Jiménez, A. (2014). “El deterioro de los derechos sociales en el concepto de ciudadanía de las sociedades avanzadas. Implicaciones para el trabajo social”. Azarbe, 3, pp. 69-75.

García Giráldez, T., Nogués Sáez, L., Martín Estalayo, M. y Roldán García, E. (2014). “El Trabajo Social reformista en tiempos de cambio”. Azarbe, 3, pp. 77-82.

Garland, D. (1990). Castigo y sociedad moderna. Siglo XXI. México D.F.

Gómez Pavajeau, C.A. (2005). “La solidaridad en la Antigüedad y la dogmática de la omisión”. Derecho penal y criminología, 77, pp. 137-226.

Gutiérrez Resa, A. (1996). “Los trabajadores sociales: ¿Gestores o servidores de la solidaridad?”. Cuadernos de Trabajo Social, 9, pp. 233-261.

Martín Verdejo, F. (2004). “Los hospitales rurales de pobres en el Antiguo Régimen: el hospital de Domingo Pérez (y de Erustes)”. Anales toledanos, 40, pp. 321-396

Ostau, de Lafont de León R. F. (2009). “La sociabilidad y la solidaridad como elementos culturales de la protección social”. Diálogos de saberes: investigaciones y ciencias sociales, 31, pp. 25-36.

Páez Neira, M.M. (2013). “Acercamiento teórico al concepto de solidaridad”. Realitas, 1, pp. 42-50.

Raya Diez, E. (2005). Tema 5: Participación Ciudadana y Trabajo Social http://www.unirioja.es/dptos/dchs/archivos/tema5participacion.pdf (1 de abril de 2014).

Richmond,M. (1962). Caso social individual. Humanitas. Buenos Aires.

Rodríguez Giles, A.I. (2010). “Aportes al estudio de la marginalidad socioeconómica en la temprana modernidad”. Trabajos y comunicaciones, 36, pp. 333-342.

Salinas Ramos, F. (2003). “Globalización, solidaridad y derechos humanos”. Humanismo y Trabajo Social, 2, pp. 71-90.

Vidal Gil, E. (1993). “Sobre los derechos de solidaridad. Del Estado liberal al social y democrático de Derecho”. Anuario de filosofía del derecho, 10, pp. 89-110.

William Russell, B. A. (1918). Caminos de libertad. Tecnos. Madrid.

.

This article was published on 20th December 2014, for the International Human Solidarity Day, in Global Education Magazine.

Comments are closed.

Supported by


Edited by:

Enjoy Our Newsletters!

navegacion-segura-google navegacion-segura-mcafee-siteadvisor navegacion-segura-norton